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Los medios de comunicación son piezas esenciales de cualquier entra¬mado hegemónico. Como hace ya varias décadas enseñara Gramsci, la hegemonía se conquista, construye y eslabona. No es entonces una capacidad de la que alguien estaría dotado en algún momento, con la posibilidad adicional de retenerla indefinidamente. Es más bien una situación particular, una red de contribuciones diversas o un sistema de alianzas. En ese sentido, toda hegemonía descansa sobre bases plurales, liderazgos que compactan los pareceres, sentidos que coinci¬den de forma coyuntural y volátil. En ese sentido, toda hegemonía es pasajera, así dure 20 o 30 años. En algún momento, las fuerzas que la conformaron, se recomponen y transforman. Así está sucediendo hoy en Bolivia, ahora que el modelo de dos décadas está en camino de ser desmontado. En ese contexto, los medios de comunicación ocuparían un lugar espe¬cial dentro del engranaje hegemónico, serían las piezas eminentemente disuasivas del conjunto, los mecanismos especializados en convencer a la gente de que el bloque hegemónico en vigencia merece ser reprodu¬cido y apuntalado. Es el papel vulgar que les atribuiría Louis Althusser, al considerarlos como "aparatos ideológicos del Estado". Sí, eso, re¬partidores de ideologías; en otras palabras, los encargados de ponerle cemento, darle cohesión, señalarle metas y despertar la mística de los subordinados adherentes, es decir, de quienes se acogen con grandes dosis de voluntad propia al proyecto hegemónico, que otros encabezan. Serian entonces los analgésicos que hacen más llevadera la marcha por el desierto. |