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Para entender una sociedad como para una máquina es preciso un cuerpo de conocimientos, ordenados y codificados, o sea, una teoría. ¿Pero de dónde sale una teoría? No puede ser un mero resultado de evidencias lógicas, abstractas, más aptas para las matemáticas y la geometría que para otra cosa. Tampoco puede resultar de los devaneos o elucubraciones de un pensador, aislado de su medio, que crea a partir de su propia mente todo un sistema de leyes e hipótesis. Un sistema teórico sólo puede emerger de los in-tentos de sistematizar la experiencia diaria, vivida o conocida a través de la historia, por parte de quienes están entrenados en el análisis comparativo de las situaciones sociales. Aristóteles cons¬truyó su sistema sobre la base de un estudio de las constituciones en el sentido amplio de la palabra- de las repúblicas griegas. Lo mismo, con datos de su época, hizo Montesquieu, y más tarde Marx y Weber siguieron en ese camino, el único realista en estos temas. Ahora bien, en todos estos casos, los autores citados emplearon el material que conocían, o que consideraban relevante, en base a las demandas de la sociedad de su tiempo o del sector de la sociedad con que ellos se identificaban más. El resultado: serios errores de percepción, basados en extrapolaciones equivocadas, cuando se tra¬taba de aplicar sus teorías a áreas, países o épocas que no habían tenido en cuenta como material empírico de sus análisis. |