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Cuando la sociología, las otras ciencias sociales e incluso el pensamiento social decimonónico en América Latina no han sido simples trasplantes o imitaciones provenientes de países metropolitanos, versiones euro céntricas de nuestras realidades (lo cual ha sido bastante frecuente), su evolución ha estado marcada por dos grandes tendencias que podrían resumirse simbólica y sintéticamente en una frase que escribió el cubano José Martí hacia finales del siglo pasado:
"Cuando se ha nacido en una sociedad que no está a la altura de su época, hay que ser a su vez un hombre de su pueblo y de su época".
La expresión de estas tendencias ha sido la búsqueda del progreso, del desarrollo, de la modernidad en su versión propia, esto es: de algún tipo de ordenamiento societal que estuviera a la altura de, o al menos semejante al estado de las sociedades altamente desarrolladas del capitalismo endógenamente engendrado y que combinara lo propio y lo ajeno en una dinámica particular.
En este sentido, la sociología de América Latina ha tendido a dar cuenta, en sus distintos momentos y facetas, de la sociedad, del pueblo, de sus miserias, de sus pobrezas y de sus temores, pero también de sus esperanzas, de sus sueños y de sus utopías, en breve: de su evolución e identidad.
En los mismos momentos y en otros tiempos y a través de las mismas u otras prácticas, ha intentado también dar cuenta de la época, a saber: de la cultura, del pensamiento, de la ciencia y de los avances tecnológicos, es decir, de su desarrollo. Estas dos tendencias, manifiestas en las representaciones y en los imaginarios colectivos, expresan, por una parte, las tensiones entre el compro¬miso con la transformación de la sociedad y con la singularidad de América Latina contenido en la pregunta ¿quiénes somos?, y por la otra, el compromiso con la universalidad y la incertidumbre, con la ciencia, explícito en el interro¬gante acerca de a cuál Occidente pertenecemos o cómo pertenecemos a él. |