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La filosofía de la historia es, en la forma final que le confieren
las Lecciones de Berlín, uno de los aspectos más difamados de
la obra de Hegel; así, un crítico posterior a 1848 llegó al extremo de afirmar que era su «parte vengonzosa».
Tanta reprobación —que nos parece injusta— se apoya sobre
todo en ciertas circunstancias enojosas: la publicación de la obra
fue muy deficiente, y en presencia de este texto algunos lectores
renuncian a desprenderse de los prejuicios que heredaron del
pasado.
Ciertamente, no discutiremos la legitimidad de muchos de los
reproches que se formulan a Hegel, ni disimularemos los rasgos
de esclerosis que envaran su expresión berlinesa. Es más: creemos superado todo el hegelianismo, aun el de sus fulgores juveniles. Hegel presentía, si no las modalidades, por lo menos la fatalidad de ese envejecimiento que afecta a todos los seres, a todas
las cosas y a todas las concepciones filosóficas.
Pero lo superado sobrevive, a su modo, magnificado en lo que
lo superó. |